Si Carmilla durmiera
Mar Franco
Soy una mujer promedio y desesperada. Me casé hace dos años, pero hace meses que mi marido apenas me da un beso… Es obvio que se está revolcando con una de las pirujas con las que trabaja, pero qué más me da, no puedo volver a casa de mi madre con el rabo entre las patas.
Hace dos días entré al bazar de un viejo raro, tenía chuchería y media, decenas de cajas llenas de libros que parecía más bien estar sacando a tirar; revolviendo aquí, allá, encontré un libro, pasta dura, algo grande, tenía por título en dorado carcomido algo como Codex Daemonum: Grimoire du Plaisir. Lo abrí para ojearlo, estaba en inglés con algo que parecía latín, lleno de notas a lápiz (en español, afortunadamente), y cada página parecía contener un grabado que hizo sonrojarme hasta las orejas. El libro era una especie de kamasutra medieval. Quizás podría ayudarme a recuperar la chispa con mi marido. ¿Por qué no? Así que lo compré. Pero para no parecer tan necesitada, tomé otros dos libros al azar y los pagué juntos. El señor ni se molestó en revisar, tomó el dinero y yo salí de ahí.
La verdad es que agradezco no haber pagado más de $100 por ellos, porque mi marido llegó a casa a medianoche, entró a la habitación apestando a perfume barato, se sentó al borde del colchón y sin más ni más, me pidió el divorcio el muy hijo de su… Los vecinos por poco llaman a la policía, pero no los culpo. Yo también lo habría hecho si viera huir a alguien, maleta en mano, de una lluvia de cazuelas y platos.
No salí de casa ni fui a trabajar. Lloré hasta que me cansé y desperté a mediodía; no tenía idea de cómo decirle a mi mamá la noticia, ya que estaba segura de que me echaría la culpa de no poder salvar mi matrimonio. Tratando de no pensar en eso tomé el libro, lo había dejado en el tocador esperando usarlo, comencé a leerlo para no sentir que había tirado dinero a la basura.
La verdad es que mi inglés era muy malo, pero las notas a lápiz explicaban bastante; el volumen era una especie de libro con hechizos de amor, para atraer amantes mediante criaturas algo así como demoniacas. Mencionaban dos en particular, los íncubos y los súcubos; decía que si invocabas a cualquiera de los dos podías obtener noches de placer y un amante por tiempo ilimitado, a lo que entendí después de leer la misma página tres veces, que si utilizaba uno de esos hechizos podía recuperar a mi esposo... o al menos, podría pedirle ayuda a una de estas cosas para vengarme. No era yo el modelo de cristiana devota, pero tampoco estaba pensando correctamente con tanto sentimiento atorado.
Quien había escrito las notas fue muy explícito traduciendo las instrucciones para convocar, listando ingredientes, horas y pasos. Había subrayado con tinta roja una advertencia al invocar una de estas criaturas; parecía haber un costo o que era peligroso, por eso recomendaba mucha precaución y que el ritual se llevase a cabo de preferencia cuando la luna estuviera en cuarto creciente, y esa noche la habría.
Convencida, decidí llevarlo a cabo y salí a conseguir los utensilios necesarios, que para mi sorpresa no resultaron ser nada fuera de lo ordinario: tiza, velas, un recipiente de cobre, incienso, carbón y seis trozos de tela blanca. De vuelta en casa, dispuse la habitación para el evento, dibujé lo mejor posible un círculo con símbolos raros en el piso junto a la ventana (“un espacio donde golpearan los rayos de luna” mencionaba); coloqué las velas, la tela, todo tal y como lo indicaba el libro. Las instrucciones pedían que antes de irse a dormir se recitaran algunas estrofas por cierto tiempo y entonces la entidad solicitada, aparecería atendiendo nuestra petición.
Fiel a las instrucciones, me desvestí, me senté en medio del círculo de tiza a recitar con cuidado las palabras señaladas… tal vez era el vino que había tomado antes de comenzar, pero no sentía miedo, ¿eran criaturas del amor, no? No eran demonios en sí, así que no era como si estuviera vendiendo mi alma o algo por el estilo. Treinta minutos después, comencé a sentirme cansada, así que me fui a la cama, esperanzada por ver si todo ese circo iba a servir de algo además de hacerme ver como estúpida.
No sé si era por el hechizo, el alcohol o todo junto, pero la cama parecía una nube que me arropaba completa, meciéndose para hacerme descansar más profundo. Cuando estuve perdida en la cuna de Morfeo, alguien subió a esa nube conmigo, sentí el colchón hundirse bajo el peso ajeno; con cuidado y poco a poco el nuevo viajero se acercó hasta mí.
Pronto una piel cálida hizo contacto con la mía, recorriéndola cuesta arriba por mi pierna, pero me sentía tan cómoda, tan extrañamente bien, que no hice el menor intento de detener al recién llegado, a su piel sedosa y manos delgadas de largas uñas que empezaban a producirme calor sofocante.
Fue imposible detener la boca carnosa que bordeaba lugares hace mucho inexplorados, dejándome las piernas temblorosas de anticipación. Estaba inmóvil, a su merced, aun así atraída como insecto a la luz.
Claramente distinguí en su frente dos objetos ásperos y duros, pero no me importaba en tanto sus pestañas siguieran haciéndome cosquillas en su camino más allá del ombligo… Abrí los ojos alertada por un mordisco en un área sensible, todo era nebuloso, incendiario, con la sombra lunar bailando en las paredes; no podía levantar la cabeza más allá de distinguir una melena oscura y una cola en punta, larga y lisa que se retorcía juguetona. ¿Qué había hecho? Los párpados me pesaban demasiado, pero tenía que ver, conocer a quien me estaba arrastrando a algo que quizás bien valiera el infierno. Entonces, acaso alertada por mi gesto, se levantó, sus ojos inclementes y amarillos reflejando las velas, el rostro anguloso de virgen coronado por dos cuernos de carnero, hombros anchos, pechos redondos que remataban pezones rosas, caderas amplias que aprisionaban las mías conectadas en vello suave…
¿Pero qué…? Antes de que pudiera reaccionar a nada, la hermosa joven lamió sus dedos y se echó sobre mi boca desapareciendo mis dudas, atacándola con una lengua que parecían dos, mientras que su mano remontaba el ondulante vuelo a paraísos con riesgo de explotar. Su extraño apéndice se movía con vida propia, curioseando, latigueándome los muslos en un afán por facilitarle las cosas a su dueña.
Olía como debía oler la noche y sabía a sal ardiente. Cuando consideró que ya me había entretenido demasiado, su mano sujeto las mías, un brazo me rodeó como si fuera a partirme en dos, porque algo (no quise saber qué), invadiendo debajo de mi cintura lo estaba consiguiendo. Me ahogaba, dolía y me gustaba, al punto de creer que no iba a parar nunca. Estaba tan débil, arrebatada en no deshacerme bajo de ella, que no sentí sus dientes abandonar mi oreja ni clavarse en mi cuello, hasta que el olor a sangre rompió el aire. Morí ese mismo instante en un grito, para el que existían miles de motivos…
El sol entrando por la ventana me obligó a despertar, el libro de hechizos estaba abierto sobre mi pecho. Me dolía la garganta y me sentía cansada; las velas se habían consumido por completo. Era evidente que el teatrito de bruja amateur no me había regresado al marido. Pero ahora, gracias a un impúdico desliz del subconsciente, mis fantasías se habían salido del carril habitual. ¡Genial! Ya no debía preocuparme por contarle a mi madre una nimiedad como que volvía a ser soltera. Es más, ni siquiera iba a decirle nada, que se enterara ella sola.
Tenía que admitirlo, me había dejado llevar; hechizos, demonios, amarres… todo era un fraude. Un libro viejo no iba quitarme el status de próxima divorciada, ni convertía en real lo sucedido anoche, lo había soñado todo, así de simple. Cada detalle, sabor, olor, había sido producto de mi mente… Y por Dios, si sólo había sido un sueño, quería volver a soñar con ella.