LA VENTANA
Todo lo que podía ver era el
paisaje a través de la ventana; lo venía haciendo desde hacía semanas,
esperando la señal de que no estaba demente, o quizás mirar era señal de que ya
lo estaba.
Sabía que debía portarse bien, si
dejaba que la ansiedad la desbordara, le pondrían aquella camisa y la llevarían
a una celda donde no podría ver nada. Ella en realidad era muy tranquila, el
celador podía dar cuenta de ello. No estaba loca, no... en realidad no lo había
asesinado, lo había salvado de un destino peor que la muerte ¿qué prueba más
sensata de amor es salvar a tu futuro esposo? ¿Y qué si se necesita una pistola
para ello?
Pero nadie le creía, no sin esos libros,
pero habían desaparecido... junto con él, por el bien de todos, esos libros
malditos no debían estar en manos de nadie. Los había arrojado al pozo de una
granja abandonada a las afueras de Port Haven, cerca de Arkham... ¡Maldita sea
Arkham y maldito el día en que su prometido regreso de ahí con aquellos extraños
libros, cuyos nombres ni siquiera podía (ni debía) pronunciar!
Pero desde la noche en que comenzó
a leerlos, y la casa se llenó de murmullos en el viento, de gruñidos tras las
paredes, supo que algo andaba mal, y que los odiaba. Malditos los locos (los
pobres desgraciados) que cometieron la infamia de escribirlos.
¿Pero por qué a él? Su maldita curiosidad, sus deseos de conocimiento, de saberlo todo.... y conforme las semanas pasaban, su prometido se convertía en un perfecto extraño, un alma desdichada absorta en paranoias, con pesadillas constantes que lo perseguían, aún despierto. Tampoco ayudaba mucho la nefasta presencia de esos horribles hombres pez merodeando a deshoras la casa. La estancia poco a poco se llenó de olores extraños, de libros y manuscritos que no se atrevía a mirar mucho tiempo, como el contenido de los tarros de cristal, ni esa horrorosa estatuilla de piedra, que parecía observarla y llenarlo todo de algún mal presagio, de alguna maldición arrastrándose desde lo profundo de la noche.
¿Pero por qué a él? Su maldita curiosidad, sus deseos de conocimiento, de saberlo todo.... y conforme las semanas pasaban, su prometido se convertía en un perfecto extraño, un alma desdichada absorta en paranoias, con pesadillas constantes que lo perseguían, aún despierto. Tampoco ayudaba mucho la nefasta presencia de esos horribles hombres pez merodeando a deshoras la casa. La estancia poco a poco se llenó de olores extraños, de libros y manuscritos que no se atrevía a mirar mucho tiempo, como el contenido de los tarros de cristal, ni esa horrorosa estatuilla de piedra, que parecía observarla y llenarlo todo de algún mal presagio, de alguna maldición arrastrándose desde lo profundo de la noche.
Entonces leyó su diario; el día
que llegó herido misteriosamente tras acampar en el bosque, y supo que lejos de
delirar, como creía el médico, él estaba diciendo toda la verdad... una verdad
que la superaba y la obligó a tomar la decisión: o lo salvaba o sería cuestión
de tiempo hasta que uno de esos sectarios, o aquella criatura terrible vinieran
a por él... o lo que quedaba de él.
No se arrepentía. No le aterraba la
ley de los hombres, ni aquellas criaturas salidas de un infierno estelar... si
es que existían ¿porque existían... verdad?
De nada le valieron esas
historias con monstruos y terrores más allá del cielo con la policía. Era
evidente que la joven había perdido el juicio. Los hombres del hospital le
prohibieron quedarse con la estatuilla, que ahora adornaba el escritorio del
director. Mejor así...
La tormenta se rompía con furia
sobre el pueblo...
¿y si ellos tenían razón? ¿Y ella había cometido un error? ¿Y si los libros y los sonidos nunca existieron? ¿Si la razón por la que no podía comprobar tales horrores a aquellos idiotas…. a esos necios, era porque todo fue delirio suyo? Sí... eso era. Lo más probable... criaturas más viejas que la tierra misma, devoradores de almas, el pueblo maldito de Innsmouth, nada de eso podía ser verdad.... los doctores lo habían dicho, delirios solamente. Un libro tan espantoso como el Necronomicon (ah, así era como se llamaba) no podía existir.
¿y si ellos tenían razón? ¿Y ella había cometido un error? ¿Y si los libros y los sonidos nunca existieron? ¿Si la razón por la que no podía comprobar tales horrores a aquellos idiotas…. a esos necios, era porque todo fue delirio suyo? Sí... eso era. Lo más probable... criaturas más viejas que la tierra misma, devoradores de almas, el pueblo maldito de Innsmouth, nada de eso podía ser verdad.... los doctores lo habían dicho, delirios solamente. Un libro tan espantoso como el Necronomicon (ah, así era como se llamaba) no podía existir.
Como seguro era un delirio la silueta colosal y
espantosa que parecía surgir de entre las nubes de tormenta, de los relámpagos,
del mar...
En eso un tentáculo gigante
cubrió la ventana... y supo que no estaba loca.