¿Hace
cuánto que no duermo como es debido?
¿Hace
cuánto que dejé de soñar?
La
verdad es que mi vida ha sido como estar parado en medio de la tempestad, ya
por tanto tiempo en medio del ruido, del rayo, del azote del viento y de la
lluvia, que mi piel se ha muerto; me he insensibilizado del todo.
A
veces no recuerdo las voces que me llaman; los cuerpos tibios con los que paso
la noche, el sabor de sus venas…Todo conocimiento, de tanto me sabe inútil.
Enamorarse
nunca fue para mí. El amor muere junto con ellas. Para ellas el amor muere
juntó con un orgasmo.
Si
“amor” es lo que dicen nace en su
corazón al verme, el amor que antes recorría sus cuerpos impide ahora que se
muera el mío.
Yo
no creo en su amor; creo que es la cosa más fútil y voluble del universo. Una
consecuencia de las correrías nocturnas, cuando mi hambre se transfigura en
algo más que se exuda con las noches… y ellas son las criaturas que ciegas
persiguen la química de ese aroma. Su lujuria alimenta la mía. A veces por más
de una noche, hasta que ese amor
junto con la dueña, se extinguen en la nada…
Esa
vil nada de la que escapo noche tras noche; esa que me acosa desde el día que nací. La que me invade y me vacía por dentro,
moviéndome a llenar esos huecos infinitos con sangre trémula y algo que borre
el miedo a morir.
Confieso
que sin importar lo vacía de mi existencia, la encuentro divertida, siempre que
no piense demasiado en todo lo demás. Vivo por vivir, es una vieja costumbre mía,
pero… ¿Para qué es la vida sino para vaciarte en excesos? Vivirla hasta tocar
el fondo, ser como si al levantarse el sol todo se volviera cenizas… Y cuando
la cantidad de excesos se torna insípida, sólo queda tratar de vivir, para
aquellos como yo que es lo único que piden: seguir vivos.
¿Cómo
es que entras tú en esta patética historia?
Por
accidente debo decir, si soy honesto; pero el cómo te metiste en mi cabeza
hasta el punto de ponerme en duda a mí mismo, es algo que no logro resolver.
Tal vez deba culpar a tus ojos, como creo que tú culpas a los míos; ojos de
Madre Tierra, de tristeza infinita, de virgen olvidada, de divina inocencia… Yo,
alma pérdida, quizás vi en esos ojos lo que nunca tuve y nunca supe que
buscaba. Me obsesioné con ellos, luego con la idea de verte más allá de sólo
mis recuerdos, luego contigo… Y te supe prohibida como fruto de Edén, y la
tentación se revolcó en mi mente con el
hambre, la curiosidad y un algo que nunca supe explicarme.
Al
principio pensé que me inspirabas ternura, una muy agobiante ternura. Después
muy para mis adentros, comencé a sonreírle a tu honestidad, sin importarte
prejuicios, criticas, supersticiones; entonces le sonreí a tu valor. Y
secretamente comencé a admirar el que alguien tan pequeño tuviera ambas
cualidades.
Tu
gusto morboso por mi verdadero yo, me confundió desde el primer instante, me
asustó incluso. Con el tiempo te comparé con las mujeres que se vendían devotas
y enteras a mi mascarada; pero nunca supe el resultado de tal experimento hasta
la noche que tu padre me vendió contigo con tal de atraerte bajo su protección.
Tu
devastadora e infantil franqueza derrumbaron todos mis muros, provocando que me
refugiara humillado por ser débil ante ti, en un fingido desprecio y
desinterés. Sé que debía considerarte una molestia, pero no lo sentí así… Eras
una bocanada de aire fresco que me negaba a respirar en presencia de otros.
Entonces
el aire rompió la última de mis barreras, la de mi verdadero yo. Al tiempo que
mi engaño te rompía la ilusión… Ahí estábamos los dos, en un tenso instante: yo
ante ti, mostrándote avergonzado lo que no habría dudado en mostrar ante
cualquiera, pero el que tú lo supieras me lastimaba. Y tú, con una
determinación que rayaba en lo más enfermo, obseso y honestamente puro que
jamás hubiera visto.
Tus
ojos se derramaban por mi piel, convertidos en rayos de luna, instándome a
derramar tu sangre y a derramarme contigo. Habrá quién condene lo que hicimos
esa noche, quien lo juzgue malvado, pecaminoso, delirante, violento…Nunca fui
nadie para juzgar tus actos, aún ahora, así como nunca me juzgaste. Sobre todo
ese momento, lo que menos hicimos fue ser razonables: ahogamos los prejuicios
en tus labios, nos juramos en sangre, en carne, en vida y en muerte; admitimos
en un frenesí impulsado por el ansia, que la obsesión, la necesidad y el deseo
eran mutuos…Tan desesperados como mutuos. Decirlo sobre ti, resulta atrevido,
pero fue cierto; que viniera de mí con tanta fuerza me aturdía, que viniera de
ti, era tan excitante como sorprendente.
En
mi defensa alego que me obligaste a arrancarme el corazón muerto, para luego
ver cómo te lo comías. Confieso que la visión de tus piernas, el temblor de tus
caderas, el roce tibio de tus manos, cada rincón sangrado y secreto de tu
cuerpo, me obligaron a convertirme en tuyo…En un perro, un esclavo, lo que
fuera pero tuyo…
Dado que te reconozco como mi dueña y señora,
admito que no podría aceptar jamás ser de alguien más que de ti. Quiero hacerte
feliz, por el gusto con que te entregas a mí sin esperar nada, sólo la
esperanza de hacerme sonreír…Por ello podría jurarte mi vida inmortal si lo
requieres, y a cambio del honesto amor que me profesas, quiero darte mi voto de
honestidad pura: jamás podría ser como tú. Me conozco, por ello te digo que quizás
llegue un día en que deje de amarte tanto. No puedo prometerte ser fiel porque
no he podido serlo ni para mí mismo. Sin embargo, voy a serte leal, hasta la
muerte de los tiempos, hasta el infierno mismo si así lo deseas, como el vil
perro que soy.
Tal
condición parece sentarle a mi faceta cobarde, pues sólo puedo confesarte todo
esto ahora que al fin duermes… O que al menos, creo que lo haces.