domingo, 26 de marzo de 2017

Lo que te conté mientras te hacias la dormida



Spin-Off de Aeternum Fragmenta, de Mar Franco
(Lectura en voz de la autora, hasta el minuto 05:56)


¿Hace cuánto que no duermo como es debido?

¿Hace cuánto que dejé de soñar?

La verdad es que mi vida ha sido como estar parado en medio de la tempestad, ya por tanto tiempo en medio del ruido, del rayo, del azote del viento y de la lluvia, que mi piel se ha muerto; me he insensibilizado del todo.



A veces no recuerdo las voces que me llaman; los cuerpos tibios con los que paso la noche, el sabor de sus venas…Todo conocimiento, de tanto me sabe inútil.

Enamorarse nunca fue para mí. El amor muere junto con ellas. Para ellas el amor muere juntó con un orgasmo. 

Si “amor” es lo que dicen nace en su corazón al verme, el amor que antes recorría sus cuerpos impide ahora que se muera el mío.

Yo no creo en su amor; creo que es la cosa más fútil y voluble del universo. Una consecuencia de las correrías nocturnas, cuando mi hambre se transfigura en algo más que se exuda con las noches… y ellas son las criaturas que ciegas persiguen la química de ese aroma. Su lujuria alimenta la mía. A veces por más de una noche, hasta que ese amor junto con la dueña, se extinguen en la nada…



Esa vil nada de la que escapo noche tras noche; esa que me acosa desde  el día que nací.  La que me invade y me vacía por dentro, moviéndome a llenar esos huecos infinitos con sangre trémula y algo que borre el miedo a morir.



Confieso que sin importar lo vacía de mi existencia, la encuentro divertida, siempre que no piense demasiado en todo lo demás. Vivo por vivir, es una vieja costumbre mía, pero… ¿Para qué es la vida sino para vaciarte en excesos? Vivirla hasta tocar el fondo, ser como si al levantarse el sol todo se volviera cenizas… Y cuando la cantidad de excesos se torna insípida, sólo queda tratar de vivir, para aquellos como yo que es lo único que piden: seguir vivos.



¿Cómo es que entras tú en esta patética historia?

Por accidente debo decir, si soy honesto; pero el cómo te metiste en mi cabeza hasta el punto de ponerme en duda a mí mismo, es algo que no logro resolver. Tal vez deba culpar a tus ojos, como creo que tú culpas a los míos; ojos de Madre Tierra, de tristeza infinita, de virgen olvidada, de divina inocencia… Yo, alma pérdida, quizás vi en esos ojos lo que nunca tuve y nunca supe que buscaba. Me obsesioné con ellos, luego con la idea de verte más allá de sólo mis recuerdos, luego contigo… Y te supe prohibida como fruto de Edén, y la tentación se revolcó en mi mente  con el hambre, la curiosidad y un algo que nunca supe explicarme.



Al principio pensé que me inspirabas ternura, una muy agobiante ternura. Después muy para mis adentros, comencé a sonreírle a tu honestidad, sin importarte prejuicios, criticas, supersticiones; entonces le sonreí a tu valor. Y secretamente comencé a admirar el que alguien tan pequeño tuviera ambas cualidades.

Tu gusto morboso por mi verdadero yo, me confundió desde el primer instante, me asustó incluso. Con el tiempo te comparé con las mujeres que se vendían devotas y enteras a mi mascarada; pero nunca supe el resultado de tal experimento hasta la noche que tu padre me vendió contigo con tal de atraerte bajo su protección.



Tu devastadora e infantil franqueza derrumbaron todos mis muros, provocando que me refugiara humillado por ser débil ante ti, en un fingido desprecio y desinterés. Sé que debía considerarte una molestia, pero no lo sentí así… Eras una bocanada de aire fresco que me negaba a respirar en presencia de otros.



Entonces el aire rompió la última de mis barreras, la de mi verdadero yo. Al tiempo que mi engaño te rompía la ilusión… Ahí estábamos los dos, en un tenso instante: yo ante ti, mostrándote avergonzado lo que no habría dudado en mostrar ante cualquiera, pero el que tú lo supieras me lastimaba. Y tú, con una determinación que rayaba en lo más enfermo, obseso y honestamente puro que jamás hubiera visto.



Tus ojos se derramaban por mi piel, convertidos en rayos de luna, instándome a derramar tu sangre y a derramarme contigo. Habrá quién condene lo que hicimos esa noche, quien lo juzgue malvado, pecaminoso, delirante, violento…Nunca fui nadie para juzgar tus actos, aún ahora, así como nunca me juzgaste. Sobre todo ese momento, lo que menos hicimos fue ser razonables: ahogamos los prejuicios en tus labios, nos juramos en sangre, en carne, en vida y en muerte; admitimos en un frenesí impulsado por el ansia, que la obsesión, la necesidad y el deseo eran mutuos…Tan desesperados como mutuos. Decirlo sobre ti, resulta atrevido, pero fue cierto; que viniera de mí con tanta fuerza me aturdía, que viniera de ti, era tan excitante como sorprendente.



En mi defensa alego que me obligaste a arrancarme el corazón muerto, para luego ver cómo te lo comías. Confieso que la visión de tus piernas, el temblor de tus caderas, el roce tibio de tus manos, cada rincón sangrado y secreto de tu cuerpo, me obligaron a convertirme en tuyo…En un perro, un esclavo, lo que fuera pero tuyo…



 Dado que te reconozco como mi dueña y señora, admito que no podría aceptar jamás ser de alguien más que de ti. Quiero hacerte feliz, por el gusto con que te entregas a mí sin esperar nada, sólo la esperanza de hacerme sonreír…Por ello podría jurarte mi vida inmortal si lo requieres, y a cambio del honesto amor que me profesas, quiero darte mi voto de honestidad pura: jamás podría ser como tú. Me conozco, por ello te digo que quizás llegue un día en que deje de amarte tanto. No puedo prometerte ser fiel porque no he podido serlo ni para mí mismo. Sin embargo, voy a serte leal, hasta la muerte de los tiempos, hasta el infierno mismo si así lo deseas, como el vil perro que soy.

Tal condición parece sentarle a mi faceta cobarde, pues sólo puedo confesarte todo esto ahora que al fin duermes… O que al menos, creo que lo haces.